miércoles, noviembre 20, 2013

José Mármol, En torno al libro Masa crítica



En torno al libro Masa crítica
(Presentación de las memorias del Primer Seminario Internacional de la Crítica Literaria en República Dominicana)


Acudo a un nuevo llamado de la amistad; la franca amistad, porque eso es en esencia la literatura. Mi dilecto amigo Basilio Belliard me ha solicitado presentar al público la obra de la que ha sido artífice. Se trata de Masa crítica. Memorias del Primer Seminario Internacional de la Crítica Literaria en República Dominicana (Editora Nacional, Santo Domingo, D.N., 2013), un volumen que, en casi 300 páginas, recoge las ponencias de alrededor de una veintena de creadores, críticos, académicos, intelectuales, en fin, tanto nacionales como internacionales, quienes reunidos los días 24 y 25 de febrero del año 2012, en el entonces Hotel V Centenario, expusieron sus ideas, y, varios de ellos, sobre todo, presentaron nuevamente las ya viejas ideas y desgastados métodos de sus maestros, o bien, de los últimos hallazgos librescos, acerca de lo que es, debería ser o sueña con llegar a ser la crítica literaria, en cuanto que acontecimiento cultural, en nuestro país.

Basilio Belliard, hombre de carne y letra, académico de oficio, organizó este evento al amparo del Ministerio de Cultura, donde labora, donde ha laborado por años aportando iniciativas en favor del libro, de la lectura y de la cultura en general en nuestro país. Si diluyéramos las precisiones semánticas que habrían de separar términos como seminario, encuentro, simposio, entre otros, tal vez no haya sido este el primero de los eventos que reuniera a intelectuales de aquí y acullá en torno a la intención de reflexionar sobre el concepto, estadio, tendencias y valoración de la crítica literaria y sus hacedores, los críticos. Recuerdo, aunque no atino el año, uno que organizáramos los escritores Pedro Vergés, Soledad Álvarez, Diógenes Céspedes y un servidor, entre otros, con los auspicios del otrora Instituto Dominicano de Cultura Hispánica, que Vergés dirigía, en el desaparecido Hotel Cervantes del barrio capitalino de Gazcue. Fue, como suele ocurrir en estos casos, un verdadero aquelarre.

La lectura de las 286 páginas de este valioso libro ha significado para mí una suerte de viaje, a veces hacia el pasado, otras tantas en el presente, y las menos, desafortunadamente, hacia el porvenir de una labor como el pensamiento y la creación críticos, de inestimable valía en la expresión viva de una cultura y de una lengua.
La filosofía es, solía decir Ortega y Gasset, el cuento de nunca acabar. Y de la filosofía, como de otras disciplinas del pensamiento, hay tantas definiciones o acepciones como pensadores ha conocido la historia; unos con sobresaliente rasgo de individualidad y creatividad; otros con escasa imaginación y vuelo, más bien, apegados al sistema categorial o a los preceptos sentados por otros pensadores o por escuelas, movimientos o tendencias. Lo mismo ocurre con la crítica literaria; o bien, en una concepción de esta con mayor alcance humanístico, antropológico, lingüístico y social, con la crítica cultural.

Una sencilla y acertada afirmación del poeta y ensayista Miguel Aníbal Perdomo refleja, a mi ver, el valor social de la crítica como disciplina de pensamiento y creación. Sostiene que: “La crítica es un subgénero expositivo entre el ensayo y la poesía; y el libro adquiere perfil definitivo cuando el crítico fija su mirada” (página 229). Asumo que la noción de “subgénero” podría llegar a ofender o lastimar a algunos especialistas demasiado condensados en la materia, que han atribuido al discurso crítico una autosuficiencia y autonomía tan exacerbadas, que han presumido prescindir de la obra creativa misma, para erigir un discurso crítico prácticamente autista. Sin embargo, en esta breve idea de Perdomo, el hecho de sustentar que la obra literaria adquiera perfil definitivo, cuando el crítico fije en ella su mirada, dice, revela la dimensión preeminente que en la relación creador-obra-lector-cultura-historia ocupa la crítica, en tanto que disciplina humanística; más allá, es bueno subrayar, de las pretensiones cientificistas, objetualistas, subjetivistas, introspectivas, metafísicas, esquemáticas o tendencias conceptual, textual, estilística, estética o lingüísticamente reduccionistas de toda laya.

Interesante, y por qué no decirlo, también penoso ha resultado para mí y para mis modestos conocimientos en este campo notar cómo todavía muchos, tal vez demasiados de nuestros críticos e investigadores de la literatura, o bien, estudiosos de los fenómenos y epifenómenos culturales, no son capaces de arriesgar siquiera una idea propia; dar, al menos, una ligera señal de zambullimiento creativo y autónomo en el objeto simbólico analizado, sino que, muy por el contrario, a cada párrafo u oración siguen el sacrosanto criterio de autoridad, mediante la cita o referencia de un determinado autor; mejor aún, si es foráneo. ¿Hasta cuándo este suplicio durará? Hay que distanciar, por supuesto, de esta enferma dependencia del pensar áulico, o como decía Ortega y Gasset, del pensar a crédito, a aquellos autores que, desde que empiezan a abordar la cuestión, sientan sus reales de independencia, ya sea en la forma personal en que siguen una metodología o una escuela de pensamiento crítico; o ya sea por su radical autonomía, su eclecticismo inteligente y su individual y bien fundado criterio para analizar una obra literaria o una expresión estética de cualquier género o naturaleza simbólica.

Remontar una tradición, asimilarla y sobre ella producir rupturas cognoscitivas, para sobre esa base construir un edificio conceptual y una visión propios acerca de una determinada cultura o en torno a la obra literaria en general es una empresa que exige, no solo de formación humanística y de vasta cultura, sino, sobre todo, de auténtico aprendizaje, vocación creativa y erudita, y muy especialmente, de autoestima y coraje para asumir el riesgo, para dar el primer paso. Seguir a cal y canto, ceñirse a pies juntillas a un método, una escuela, un ismo, sin dejar un mínimo acento personal sobre su magma teórico es asunto fácil, unidimensional y, por desgracia, muy en boga. Pero, es también asunto estéril, burbujeante y definitivamente efímero. La unidimensionalidad racional, la teoría única, el método panteístico no son suficientes en la sociedad y la cultura actuales. No viajan más allá del aula universitaria, si acaso llegaran a alzar vuelo raso. Valoro, a este tenor, el aserto del poeta y ensayista Plinio Chahín, cuando aduce que: “La crítica dominicana, en general, no se ha nutrido de un pensamiento propio ni ha sabido fundar su propio imaginario. Ha sido, más bien, una crítica externa, impresionista o vagamente sociológica, mimética y repetitiva. Rara vez se ha estructurado sobre una verdadera visión del mundo o en torno a una noción de literatura como estética del lenguaje” (página 27). Chahín llega a plantear, con argumentos viscerales, el imperio de una “indigencia epistemológica” (página 32) en nuestra actualidad crítica, debido a la persistencia de “un panorama de miserias radicales entre el límite del objeto y su percepción’ (Ibid.). Y es que lo auténtico, lo profundo y duradero en un pensamiento y una cultura, en una lengua tienen sus cimientos en lo que ha sido radicalmente fundante, en lo que se sostiene por raíces originarias y propias, en lo que surge, como novedoso, imaginativo, enriquecedor y multívoco, de los pilares, nunca dogmáticos, de una tradición.

El pensamiento crítico es hoy día un fenómeno multicultural, abierto, interdisciplinario, plural. Concuerdo plenamente con el compilador de este volumen, Basilio Belliard, cuando afirma, en este sentido, que: “Las posibilidades interpretativas de un texto son, salta a la vista, infinitas. También lo son los métodos y los instrumentos hermenéuticos desde la arqueología, el psicoanálisis, la antropología, la exégesis textual, la deconstrucción, el análisis lógico-sintáctico, la crítica socio-histórica, marxista, neomarxista, etc. Nada garantiza una interpretación final, definitiva y acabada” (páginas 18-19). Esa es la verdad monda y lironda. El pensamiento sistémico, tan útil entre los siglos del XVIII al XX en la cultura occidental, ha cedido hoy, en estos tiempos de posmodernidad líquida, consumista, precaria e incierta como sugiere Zygmunt Bauman, al pensamiento fragmentario, intuitivo, incisivo, imaginativo y libre de los corsés del aparato categorial adusto, seco y rígido. La fruición y lo lúdico del espíritu humano son parte, no solo de la racionalidad, sino, de la ciencia misma, última que ha estado cada vez más cerca de la esencia del arte y la imaginación. Por ello, sostiene con acierto el prolífico ensayista Bruno Rosario Candelier, que “Si la teoría explica el fenómeno de la creación, la crítica da cuenta del sentido de la creación, para cuya comprensión se necesita formación intelectual y sensibilidad estética” (página 60). Dar cuenta, pues, del sentido de la obra artística es, según este autor, la “principal tarea de la crítica literaria” (páginas 64-65).

Entre el ir y venir de distintas corrientes, escuelas, teorías, métodos, interpretaciones, posturas solipsistas, entre otras vertientes y enfoques, me resultó sumamente revelador cómo, desde una formación académica similar y desde una concepción de la literatura, la lengua, la sociedad y la cultura desarrollada por el método de la poética, la teoría del ritmo como organización del sentido de la escritura y la teoría del discurso como relación de poder, hay una valoración diametralmente opuesta de la obra crítica de Pedro Henríquez Ureña en dos importantes escritores, pensadores e investigadores nuestros como Manuel Matos Moquete y Diógenes Céspedes.

Mientras este último nos presenta un Pedro Henríquez Ureña prisionero de lo que llama “teoría metafísica del signo” (página 149), el escritor que representa el paradigma de los estudios “filológicos-esteticistas-estilísticos” (página 154) en el marco de la crítica tradicional, el novelista y ensayista Matos Moquete ve en Henríquez Ureña al “gran humanista” (página 115), capaz de fundar una visión y una praxis de la crítica literaria como escritura “de estirpe humanista, ideológica, orientadora (…) motivada por la necesidad de erigir conceptos, valores y verdades, en torno a un tema o la obra de un autor y sobre cuestiones en discusión que aun estaban por establecerse” (página 119). Subraya este notable autor e investigador que la de Pedro Henríquez Ureña es “una crítica que enjuiciaba, definía y tomaba partido sobre asuntos trascendentales, derribando ideas falsas y sin fundamento, y estableciendo nuevos criterios que reorientaran el conocimiento y al recepción de las letras de habla hispánica en los temas centrales” (Ibid.). ¿Cuál de ambas concepciones de la obra crítica de nuestro insigne humanista resultaría más fértil, más orientadora, más forjadora de nuevos talentos críticos en las presentes y futuras generaciones de lectores? La respuesta la dejo en manos del lector de este volumen. No obstante, es alentador notar cómo en un intelectual del calibre de Andrés L. Mateo parecen resonar los argumentos de Henríquez Ureña al afirmar: “Entre nosotros la crítica es el pretérito indefinido, lo que no existe, porque no hay crítica más que cuando hay esa capa discursiva que descompone el sentido, lo reorganiza y reorienta empinándose en un cuerpo teórico, o no; pero siempre tratando de encontrar las reglas de funcionamiento que sostienen a un texto” (página 170). La crítica ha de ser, pues, obra fundante, en términos gnoseológicos, y orientadora, desde el plano de la exploración del lector; vale decir, ejercicio de creación y de reflexión.

Aunque lo quisiera, y fuera justo con ello, no podría mencionar aquí a todos los autores que, en su calidad de expositores en el seminario, figuran en estas memorias. Sin embargo, quisiera referirme brevemente al brillante trabajo, de carácter genealógico y arqueológico, en términos de saber, desarrollado por el ensayista y pensador Manuel Núñez, dotado, al igual que Diógenes Céspedes y Manuel Matos Moquete, de los aperos conceptuales y metodológicos propios de la Poética de Henri Meschonnic. Desentraña en su texto los instrumentos de la crítica dominicana, desde inicios del siglo XX, hasta el tiempo presente, pasando por tradiciones, movimientos y escuelas teóricas de Hispanoamérica y Europa como fuentes y partes integrantes de nuestro saber crítico. Define la crítica como “una meditación que ha de mostrar la densidad de pensamiento del autor, las grandes ideas y el papel innovador de la obra en el concierto de la historia de las formas literarias” (página 270). Entiende que la ausencia de la labor crítica se traduce en “desorientación en los lectores y en los escritores en agraz. Genera un desvanecimiento de la interpretación de los textos; no se valoran los hallazgos; se volatilizan las jerarquías de las producciones literarias; los cánones y tablas de valores quedan eclipsados”. Y remata esta definitoria idea sobre la crítica y su función cultural sustentando que: “La literatura supone el adiestramiento del criterio, el goce del placer estético. Pero estas posibilidades nacen del conocimiento, de un ejercicio de la inteligencia, fundada en la crítica. Sin esa formación, la obra se queda sin lectores, Sin ágora visible, sin estímulo creativo, sin terreno en la que pueda florecer y prolongarse” (página 273). Vuelve aquí, sobre sus ruedos, y por más que se le haya regateado, la labor orientadora y canónica de la crítica literaria como ejercicio del criterio inteligente, sensible.

Finalmente, invito a los amantes de la literatura y del pensamiento crítico a compenetrarse con este concierto de voces y corrientes de pensamiento, a veces paradigmáticas, a veces contrapuestas; pero, siempre enriquecedores.

Enhorabuena a mis amigos Basilio Belliard y León Félix Batista, director de la Editora Nacional, y al Ministerio de Cultura, en la persona de mi otro querido amigo José Antonio Rodríguez, por la publicación de este volumen de memorias del referido seminario, que ojalá pueda ser seguido de otros tantos de su naturaleza, para una más amplia, diversa, controversial y evolutiva visión de la crítica literaria y cultural en nuestro país.

Muchas gracias.