lunes, junio 25, 2012

PRESENTACION MANUAL PARA ASESINAR NARCISOS

LEON FELIX BATISTA: El libro que presentamos hoy es lo que llamaría una expansión radical del espectro poético local, como sucedería entre la masa del universo, tan misterioso como la poesía. Empero, Manual para asesinar narcisos desarrolla un contenido mucho menos abstracto que el acabo de utilizar de entrada a estas palabras. Y, sin embargo, siendo menos aéreo es mucho más sugerente que cualquier juicio que pueda uno verter tratando de asir esta poesía, vendida al lector como “manual”. Qué quiero esto decir? Pues, simplemente, que Rossalinna Benjamín penetra con paso firme de buen pie a la escena de la lírica local, para quedarse en casa. Y no se dejándose nada en el umbral ni en la antesala, sino que, penetrando directamente a las habitaciones interiores, empieza a urdir la trama de sus asesinatos. Una vez dicho esto, hemos de pasar a hablar de ubicaciones. Un trabajo de reflexión titulado “La generación de los poetas sin nombre”, publicado recientemente por la joven poeta Petra Saviñón a quien también tuve el honor de publicar su primer libro, me parece de los argumentos más claros en torno al fenómeno de la novísima poesía nativa. Dice Saviñón que los jóvenes poetas, aunque “sin bautizar” (es decir: sin contar con una designación clara que los identifique como generación para la posteridad, constituyen por lo mismo un conglomerado hiper diverso y que apelan a abordajes muy distintos., con valentía de, y la cito, “desasirse de lo ya hecho” y “propugnando por una ruptura, por una diferenciación”. Es un tránsito difícil, como siempre ha acontecido en la historia literaria cuando se sucede a una generación fuerte, con presupuestos estéticos definidos. Y más en estos momentos en que los poetas de los 80s, muchos de nosotros cuarentones y varios incluso por encima de la cincuentena, seguimos siendo calificados de “jóvenes poetas” por distintos críticos y comentaristas. La discusión sobre los estratos de edad y las generaciones tiene visos de interminable y, como es de suponerse, no pretendo que termine esta tarde ni en este lugar, de modo que me extraigo de esas arenas movedizas, no sin antes repetir, para insistir en su peligrosidad, otro señalamiento del trabajo en cuestión: el canto de cisne de las cotidianidades, el supuesto lenguaje crudo de uso a veces abusivo en busca del efecto sorpresa, de la bofetada lexical apareciendo como un foso amenazante en algunos de estos poetas, quienes inadvierten la prescriptibilidad de muchos de sus usos y, por lo tanto, la inscripción que imprimen de fecha de caducidad en sus poemas sin pensarlo. Ese, para nuestro alivio, no es el caso de la Benjamín. Este libro fue premiado, pero pudo no haberlo sido, y nada habría cambiado su contundencia sutil, sus punzocortadas. El lector es el narciso real que, ante el espejo de la página, resulta el personaje mitológico, más que la flor de referencia en el libro de Rossalinna. Este fragmento del poema “Para leer antes de sacarse los ojos” lo ejemplifica bien: A continuación voy a decir la verdad sobre los ojos, -nuestros tan preciados ojos- (…) Sin los ojos seríamos más grandes, Porque su inmensa sed de mundos nos ocupa mucho espacio, Nos achica muchos sueños (…) Por eso no me gusta este par (…) Y a la primera oportunidad me deshago de sus trampas Es un espejo difícil, enturbiado de palabras mágicas, donde el que lee se ve y, procurando escabullirse de la ninfa Eco, termina por hundirse donde crecerá una flor. Esa flor del orgullo, la asechanza, es la que quiere segarse, la que se debe decapitar. Y para ello es que se ha escrito este manual. Al seguir sus instrucciones, podremos los lectores transformarnos en la silueta sutil, serperteante, oculta, y no en la inadvertida víctima entrampada. Tomar en cuenta el “margen de error” y los “factores de riesgo”, con “El arma” preparada, sobada, como se dice, con el dedo en el gatillo, tomar las “precauciones pertinentes”. Y evitar “Errar el tiro” por el “Código de honor” de los poetas. Al final, en “El jardín abandonado”, para el cual “Este silencio está bien”, rendir nuestro “Informae final”. Para llevar a cabo el atentado de lectura el procedimiento a seguir es de este modo: 1. Por lo que pudiera pasar, nunca olvide llevar cigarros, haber estado fumando siempre es una buena coartada… 2. Lo siguiente es elegir el día, busque entre sus rencores más remotos un jueves bien torneado como un cocodrilo… 3. Procure que no sea uno de esos días muy soleados, eso le quitaría magia al hecho. 4. Deslíguese de las aceras, de las zonas culturales y de los lugares lluviosos, ahí es donde primero buscarán. 5. Luego, encamínese, disimuladamente, por el lado turbio con pasos de gamuza (recuerde: es mucho mejor que sean de gamuza)… 6. …y no se detenga a conversar con nadie. 7. Conserve su soledad a como dé lugar, alejando a cualquier posible testigo. Con apenas mostrarle su propio reflejo huirán horrorizados. 8. Evite a toda costa los cielos violetas, las nubes amontonadas haciendo espacio quién sabe para qué, la vista de cualquier cosa con alas y las paradas de autobús; mucho más, si hay en ellas un paraguas esperando con su alguien, una valija de acero y la mirada perdida. 9. Ignore las señales de tránsito comunes, pues, apelan a un civismo de lo más inconveniente que se pueda imaginar. 10. Usted, gire siempre en U, dando la espalda a todos lados. 11. No cargue objetos personales. Destruya sus recuerdos de estudiante, documentos de identidad y las fotos de su madre. 12. En estos casos siempre suceden imprevistos, ¡ya sabe!: se suicida algún astro, de repente comienzan a surgir poetas, pintores ebrios, manicuristas bicéfalas, niños rojos con los dientes de palo, titiriteros con las manos pobladas de teoremas, descubridores de tesoros, condenados a la horca vestidos de arzobispos y arañas de colores impensables persiguiendo mariposas. Por lo tanto, hágase de una capa (¡claro que negra!) que le cubra desde los sueños de infancia hasta el lunar de la barbilla. 13. Es probable que se le acerque alguna duda, no se deje disuadir. Láncele una mirada torva, se alejará de inmediato. 14. Si le da sed, comience a silbar alguna cancioncilla popular y avance. 15. Avance que el tiempo apremia. 16. Cuando sus dientes empiecen a castañetear, vacíe sus bolsillos. 17. Pues, eso significa que se está acercando a su destino. 18. No conteste a preguntas ni saludos, la cortesía no es una buena aliada en este tipo de situaciones. 19. Respire hondo y olvide su nombre y apellidos. 20. Ni se le ocurra cerrar los ojos en este punto, al contrario, trate de abrir algunos más. 21. No le preste atención a esa vocecilla en su cabeza, concéntrese. 22. Prepárese para decir la palabra clave. Pero no con su voz, le saldría vacilante o chillona y arruinaría el efecto. 23. Llene sus pulmones de oxígeno y su cuerpo de silencio y diga esa palabra con fuerza, pero… ¡Demuestre estilo! Dígala con voz convincente, a lo Freud: ¡TIEMPO! 24. Si escucha pasos acercarse: ya es la hora. 25. Ajústese bien la capucha. Ponga mirada malvada. Y ahí, cuando todo comienza peligrosamente a abrirse, abrirse y abrirse en todas direcciones, corte el aire con el hombro izquierdo, bordee el terror de las compuertas y… ¡¡BANG!! Muy simple, ¿no? Así parece. Sin embargo, este último acápite nos hace advertir que atentaremos con pólvora y no con filos, no importante si con “chilena” o una glock sofisticada, la poesía, como la muerte, llegará de cualquier modo, y mejor con estampidos que con machete vaciado, con lengüe’mime agudo. De modo más expedito, con menos sangre y dolor, arribaremos a nuestro propio final, que es el final del libro y el inicio de lo que apunta ser la gran poesía que seguirá escribiendo Rossalinna Benjamín. Y ahora yo me marcho tras mi víctima siguiente.

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