lunes, mayo 27, 2013

Álbum K: El haluro de plata revelando la distopía de un alfabeto en negativo

Por Jennet Tineo

Es el ojo humano una porción de anatomía capaz de evaporarse, un síntoma agudo de ceguera en imágenes contrariadas. Es el ojo humano una cámara fotográfica ambiciosa, conectada a un sistema inquietante que revela encantadoras formas y conceptos, que de otro modo no podrían ser develados. Es la poesía el ojo del lenguaje, y dentro de sus parpados hay una aviesa espontaneidad de fuga y relámpago, un deseo de solo dejarse ver por los más expuestos, por los más aptos, por una legión de elegidos del viento discreto de los significados.

Ensanchándose ante unos pocos las verdades y la frontera inalterable que separa la realidad sensible de esa solo alcanzable con el haluro de plata más potentes para desarticular un alfabeto en negativo. Álbum K de José Ángel Bratini es una colección de imágenes no reveladas, a la espera de la precisión del lector, de su apetito morboso y necio para navegar a tientas una ciudad de sombras, la perfecta utopía invertida o distopia: la ciudad del infra-sueño.

José Ángel Bratini rasga la urbanidad con su furia en blanco y negro, nos pone de frente el océano gris de la duda, el aplauso acampado de un reloj marca pasos, el delirio de quien es capaz del sacrificio propio por el exterminio de la parte cancerada del planeta.

Empezamos este recorrido, entre los dedos de un individuo codificado como todos los nacidos bajo el reino humano, K, una letra aparentemente cualquiera del abecedario, K, aparentemente cualquiera de nosotros. Signado con un destino no muy lejos de predecible en un mundo consumista, materialista y en el borde filoso de una sierra eléctrica y esto lo evidencian las líneas del proema Episodio K.

¿Quién diablos es K? Digo yo y a esta pregunta el poeta responde:


“Soy un ciudadano de esta realidad que se levanta con el polvo

cotidiano. Uno cualquiera que se toma un café a corto plazo y abordará

un taxi rumbo al día que comienza a andar sobre las calles.”

“La calle está cercada de leyes oxidadas que nadie puede leer y hay muchas letras K a punto de nacer”

“Somos ese legado de violencia alfabetizado en los callejones”



Y con esto no se contenta José Ángel Bratini en definir a este personaje invisible que desde su voz poética capta la distopía que late en la ciudad, la voz poética sobrevuela esa realidad que diré construye, pero que en el fondo solo el lector construirá según la vida que cada uno haya experimentado.

Ahogarse, ahorcarse, suicidarse, asesinar, exterminar, estallar de hambre, de un sueño recurrente y un no-cambio constante y despellejado, pellizcándonos las partes más húmedas. El poeta se abstrae y difumina una espora de veneno sobre el gigantesco paramo solar de nuestras neuronas apresadas por los huesos. En este veneno inoculado de palabras nos dice en el poema Abstracción K:



“Así mi boca cuelga de una voz árida que se hace polvo y no consigo palabras que me arranquen la vida en un solo silencio”



Las palabras de José Ángel “Son suicidas que se lanzan al pavimento” y sin miedo a las miradas inoportunas la ciudad acaudalada de burda injusticia no se siente señala. La descubrimos sentada en una acera, o en la terraza con un ventilador entre las piernas halando la trenza de miseria que le cuelga como un cuajo doloroso entre sus aspas. En el proema Ciudad K el reflejo espejea atrincherado en estos ordenados sonidos creativos:



“Una avalancha de excremento arropa las esperanzas de aquellos que nacieron sin nada que esperar.” Y sigue diciendo en este proema Jose Angel Bratini, “Esta telaraña de acero y hormigón creció como la mala hierba en el cráneo de un barbero.”



¿Qué opción nos quedaría ante la mordaza impuesta, mientras las pirañas de este océano consumen nuestra carne acobardada? El poeta en Opción K tienda una posible alternativa in-alternable cuando dice:



“Una bachata que se ahoga en una botella de cerveza” “Son los vicios de la urbanidad que van por las aceras, entre las plazas, ululando en los vitrales, mientras mastican la catástrofe de la existencia. Por todas las avenidas hombres y mujeres parecidos a la tragedia.”



La aritmética del miedo, sus angulosos espacios son representado por la proporción aurea, -aquel cuadrado-, rectángulo de oro, y la perpetua cuadricula que nos ordena la vida que creemos respirarnos y nos respira como una raya de cocaína o pólvora incendiando la nariz tibia de Dios.

Álbum K dibuja el tiempo como una soga que nos aprieta el cuello, sujetándonos de los sueños más elevados y dejándonos caer repentinamente de pie y sin tocar el suelo para bailar con la muerte la cruel realidad sobre la que levitamos.

Canta el Trovador K un pregón que dice así: “Pero la gente confía en los placeres de la urbe y cambia su piel por el plástico, les gustan andar con la mente en los bolsillos y el corazón en las braguetas. No. La duda no está en el futuro, está en la tienda por departamentos o en los antros donde las noches son cuerpos de belleza parpadeante, o polvo de luna que alguna nariz respira para no ahogarse.”

“Hay siglos que se hunden en el fango mientras el progreso lleva las ciudades hasta el cielo y para alcanzarnos a las ratas les nacen alas.”

El ciudadano K extirpa sus miedos y sus sueños: suvenir de añicos en el proema Documento K pronunciando el conjuro de la siguiente estrofa: “He de preocuparme siempre por la paz y por las noches le procurare una luna llena trompetista, le pintaré muchas lejanas y luminosas estrellas y si mirara al cielo, el cielo la envolverá en una magia de esferas.”

Porque evaluando los daños sufridos desde la estirpe del vicio, y la inmundicia de un mundo doblado, cabizbajo en el pesado halo amargo sobre las alas de las palomas mensajeras del fin, encontramos una tira inscrita en Evaluación K que dice: “Cada noche le pido a Dios el fin del mundo. Estoy harto.”

Pues sigue con alto parlante diciendo “Esta ciudad escandalosa estorba. Ya no venero las estatuas de la patria ni consumo ese orgullo alucinógeno de una cultura alcoholizada. Me considero hoguera del destino, relámpago que se roba la noche.”

“¿Qué vicio no se ha destilado en mi sangre? He probado el mundo y ya quiero que se acabe, no lo soporto; es ácido, cruel y más horrible a cada instante.”

El poeta busca su identidad, extraña piedra perdida en el fondo de las plantas de sus pies. Y en poemas como K47 exprime su encuentro con siglos de cultura, radiando emblemas de distinción característica entre una raza y otra. Así lo vemos narrarnos un descubrimiento distinto al de los españoles, un Cristóbal colon recurrente siglo tras siglo, hora tras hora en esta isla barca del desencanto.

Con esta estrofa que dice y subraya: “Somos gente oriunda del mestizaje, que no tiene un rostro fijo.” “La ciudad es una madre que no se conduele del llanto de sus hijos, no ha bastado toda la tinta que se ha ahogado en las páginas en blanco para redimirnos”

El personaje que este libro de poemas encierra es un personaje global, dual, cauto y concebido para los incautos en sus formas poéticas andróginas, sarcásticas, atenuadas por una voz que casi puede oírse desde el blanco dolor del ojo sobre la pagina, en su dolor empuja su manifestación sonora en esta estrofa descomunal.

“No hay una parte de mí que no se encuentre lejos, si algo me duele, me duele lejos, me duele en el camino y casi en todas partes.”

“Los días son huecos que se clonan como esporas” y sigue diciendo, “Siento la vida como algo de nada que no quiere darme un beso, en cambio es el rechazo un revolver enmascarado que dispara con asco hacia mi todo.”

Finalmente se cuestiona K sobre el valor de la carne cruda que anda y que cree pensar desde una construida identidad, desmintiéndolo todo dice: “Qué es la vida, sino esta fabula que todos creemos conocer, yo soy transito y ocaso, locura”

Ocurre pues con este proemario la destrucción del mundo en unas cuantas imágenes aún en negativo, solo decodificables desde la lectura suprema de cada uno consigo mismo, esa cámara oscura de la conciencia donde el misterio de la revelación se hace presente para un álbum inacabado apenas en la K del abecedario que exige la conclusión desde el otro muro, desde la otra orilla del puente, donde se encuentran las miradas armadas de un cementerio de palabras: diccionario de experiencias del cada cual, para descifrar el mensaje final o más bien la imagen más aproximada a cada ser que se retrate a sí mismo desde este Álbum de negativos.